Exposición personal “ La epifanía
de lo terrible”.
Galería SUYU. La Habana. Cuba. 2001.
Osmany Betancourt, en su corta, intensa, brillante carrera profesional,
ha logrado cristalizar eso que se conoce por una determinada poética; entiéndase,
el dominio de los elementos expresivos que maneja, los factores técnicos
utilizados y en la estrecha vinculación de ellos, el sello que lo identifica,
la hacer los productos de su trabajo reconocibles, distintos.
Al escoger la cerámica como portador, el artista se comprometió a
recorrer un camino sembrado de dificultades, pues ese medio tiene el prestigio
de lo ancestral y en Cuba (hablamos del plano estético) breve, pero
significativo currículo sedimentado por el aporte de destacadas personalidades,
que recorrieron muchas de las vías definitorias de su periplo. Se sabe, además,
que la cerámica demanda para su plasmación-materiales escasos, costosos y un
delicado quehacer: no basta con el oficio (importantísimo) o la imaginación
(cuya presencia es consustancial al gesto creativo), se requieren pues-
condiciones muy especiales de disciplina y convencimiento, más la voluntad de
insistir. Aquí el volumen exento, las formas creadas ad hoc para el sistema
comunicativo ideado, dan paso a la reciente incorporación de relieves servidos por
el dominio de secretos y verdades conocidas sobre el lugar que ocupan los cuerpos en el
espacio; la habilidad para el modelado y el inteligente contenido- uso de las
cubiertas, redondean la sólida proyección de lo realizado. El cilindro como
origen y la ruptura de su uniformidad, los recursos salidos del contraste entre
las superficies, dotan a las obras de una dinámica en la cual los opuestos
propician las riquezas de las transformaciones de lo métrico. El virtuosismo de
la ejecución sirve todo el tiempo objetivos fundamentales, por cuanto
manifiesta el poderío de lo esencial.
Sobre tal base, Betancourt levanta el andamiaje de una cosmovisión
centrada en la fase oscura de la conciencia. Lo acumulado por la historia del
arte, la semipenumbra que envuelve el proceso creativo cuando es autentico, las
muchas inquietudes derivadas de matices de la conducta humana, traumas y
experiencias; tales tránsitos concretan el lenguaje que hecho de contorsiones y
acordes lúgubres, articula la gloria de una suerte de epifanía de lo terrible.
Datos cotidianos y eventos extraordinarios sustentan la formulación de vocablos
cuya virtud mas acentuada es sobrepasar lo temporal para conseguir la vigencia
de los acontecimientos trascendentes. Seres sufrientes, objetos que ya
cumplieron su función y hacen en la acumulación de lo inútil, integran el
reservorio donde el autor de la obra plástica extrae motivaciones y
referencias. Los estrechos nexos existentes entre ellos con animales y
monstruos visitados durante algún hipotético descenso a los infiernos, hacen
genuino el viaje de esta especie de Orfeo decididamente expresionista-empeñado
no en el sueño de rescatar la belleza para la luz, sino ansioso de encontrar la
revelación del arte de este submundo donde gobiernan las sombras, para
enfrentarnos al puro metal del talento.
Alejandro G. Alonso